Suerte y mala suerte: cuando las emociones encuentran las matemáticas

La última vez os introduje al tema de las variables-números, hablando de cómo aplicar este enfoque al dinero para liberarse de la emotividad que lo rodea. Hoy quiero entrar en detalle de este método analítico, partiendo de algo que nos toca a todos de cerca: suerte y mala suerte.

Durante demasiados años fui víctima de estas dos palabras. Las gestionaba a un nivel que ahora considero completamente erróneo: las hacía mías hasta casi sentirlas dominar, a pesar de que la parte metacognitiva de mí, la que razona, no estuviera para nada de acuerdo.

Los sesgos culturales y el mundo que nos rodea nos llevan a menudo a estos extremos. Apuesto a que muchos de vosotros os reconoceréis en esta dinámica, e incluso quien se considera menos emocional reconocerá el poder que tienen palabras como «suerte» y «mala suerte» sobre nuestras percepciones.

El cambio de perspectiva

Recientemente he modificado radicalmente mi enfoque. La suerte y la mala suerte, como conceptos absolutos, no existen. Son variables, números, porcentajes, porque eso son en la realidad. Simplemente, la complejidad del mundo y de las relaciones no nos permite conocer cada variable y cada porcentaje en juego.

Los matemáticos lo saben bien: te dicen «Puedo calcular el radio estrecho en el que caerá la gota del aspersor, pero no la posición exacta.» También los físicos, si pensamos en la mecánica cuántica, conocen perfectamente este límite.

Yo acepto suerte y mala suerte como conceptos filosóficos, otra materia que adoro, y los acepto como palabras contextualizadas en los discursos humanos, pero sin sufrir su peso emocional, como dirían los estoicos.

El análisis práctico

Pensemos en cuando decimos «¡Caray, siempre me pasa a mí, qué mala suerte!» y analicemos en detalle.

Primer punto focal: ¿El evento que ha ocurrido tenía, objetivamente, más del 50% de posibilidades de suceder? A menudo descubrimos que los porcentajes eran efectivamente bajos, pero incluso cuando el porcentaje es alto hay un aspecto crucial a considerar.

Segundo punto focal: Incluso un 95% de probabilidad significa que en el 5% de los casos el evento no se verifica. Es matemática pura.

Alguien podría objetar: «Sí, pero a mí siempre me pasa ese maldito 5%».

Os paro de inmediato y desplazo la atención al concepto que más me importa: «siempre a mí». ¿Estáis realmente seguros de esta afirmación? ¿Qué pruebas concretas tenéis?

La realidad de los números

Si generáis diez situaciones de varios tipos y una funciona mientras las otras nueve no, ¿estáis realmente seguros de que sea mala suerte? Si actuáis sobre diez situaciones con diferentes tasas probabilísticas, no tenéis mala suerte: es normal que la mayoría dé resultado negativo.

Cuando actuamos sobre múltiples planos simultáneamente, tendemos a ver solo los fracasos y a interpretar mal incluso los eventos más obvios cuando salen mal. Está en la naturaleza humana, cualquier psicólogo puede explicároslo mucho mejor que yo.

Nosotros vemos ese 5% que salió mal, pero no reconocemos que activamos decenas de eventos o situaciones contemporáneamente. Muchos funcionaron, y quizás incluso alguno de aquellos con solo el 5% de posibilidades se realizó a nuestro favor.

Como notáis, siempre se trata de variables y números. Si pudiéramos conocerlas todas, probablemente lograríamos gestionarlas mejor, pero como dicen matemáticos y físicos, hoy en día no es plausible. Y, como añadiría la filosofía: «Quizás está bien así.»

Enfoque analítico vs. sentimientos

¿Os estáis preguntando si esto es un mero enfoque analítico que hace asépticos los sentimientos?

Para mí absolutamente no. Cuando afronto una situación observándola y analizándola de este modo, no me siento mal. Puedo estar triste, pero en la acepción positiva del «Lo intenté, no salió», no en la destructiva del «Siempre me pasa a mí».

Los sentimientos pueden permanecer presentes y ser más sanos si modificamos nuestro enfoque incluso a conceptos comunes pero complejos como suerte y mala suerte.

Pensadlo: puede que no haya dicho solo tonterías.

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