El golf es maravilloso, cuanto más lo practico más lo adoro. Lamento que durante mucho tiempo en Italia haya sido asociado con deporte de ricos, de snobs. Entiendo el prejuicio. Pero si miramos a Escocia, a Estados Unidos, la historia del golf cuenta algo distinto. Sí, hay un componente económico, inútil negarlo. Pero el golf es ante todo otra cosa. Y es de esto de lo que quiero hablaros.
El swing: armonía de mente y cuerpo
El movimiento con el que el palo golpea la pelota se llama swing. El swing es un golpe que no vive en la fuerza ni tampoco en la mera técnica, sino en la armonía de cada una de las partes. Y encuentra su eje en la mente.
Si ejecutamos el swing un segundo más lento, si activamos, o peor aún no apagamos los pensamientos, podremos usar la mejor técnica, imprimir fuerzas inmensas pero… El golpe no irá.
El golf es esto. El golf extrae su fuerza del equilibrio mente y cuerpo. Si os toca probarlo, ver competiciones o incluso leer historias de grandes personajes, notaréis precisamente estas características, especialmente en los campeones, en las leyendas.
El maestro que verticaliza
¿Por qué me ha dado tanto? Lo adoro desde niño, pero solo ahora, después de tanto tiempo y gracias al impulso inicial de mi esposa, he logrado empezar a practicarlo. Y vez tras vez la dopamina que liberaba en mí ha sido algo magnífico.
Mi maestro trabaja mucho sobre la persona, usando un término reciente en este blog, verticaliza sobre las características del individuo. Sus lecciones evolucionan vez tras vez, te ofrece ideas que vistas hoy pueden parecer equivocadas pero en su momento fueron clave para aprender parte del swing y llegar hoy a mi swing actual. Y aún queda camino…
Al principio no me daba cuenta del verdadero potencial, pero también era otro período. Pero la metacognición primero y el resto de mi camino después ha ampliado y hecho emerger aún más las potencialidades del swing del golf.
Mis tres actividades clave
Y aquí entendí algo sobre mí mismo. Hay tres actividades que, si se hacen con pureza y no con forzamiento, me recargan completamente. Incluso en ventanas breves de tiempo.
Lectura. Novelas, ensayos.
Videojuegos. No todos: los estructurados como Crusader Kings, Victoria, Cities Skylines.
Golf.
Tres actividades diferentes. Mismo resultado: energía para largas jornadas. Pero solo si se abordan bien. Y el golf, en esto, no admite excepciones.
Cuando la mente debe vaciarse
Antes iba al golf, efectivamente me relajaba, pero no disfrutaba plenamente de él, es más, a veces incluso me frustraba por cómo iba, por cómo no aprendía. Mientras lograba hacer las lecciones algo aprendía, al fin y al cabo la metacognición era parte de mí aunque todavía no lo supiera. Pero… Había ese pero.
Cuando iba al golf sin desconectar la mente, cuando me decía «Tienes esta hora, aprovéchala», los golpes eran torpes. A veces con swing técnicamente válido, pero golpe pésimo.
¿Por qué? Porque el golf exige mente vacía. Mente libre.
Sentir cada parte del cuerpo. Cabeza quieta. Hombros que rotan. Brazos con el palo que sube. El palo que cae, aprovechando la gravedad. Los hombros dan el latigazo. El cuerpo gira: hombros, pierna, cabeza. El palo se alarga, aplasta la pelota contra el suelo, la hace volar.
Suena como poesía. Pero el verdadero swing es esto. Movimiento lento, rápido. Pocos segundos.
La paradoja de la mente reticular
Y aquí la paradoja: una mente como la mía, reticular y metacognitiva, siempre activa, puede hacer un buen swing. Es más, es esencial.
¿Por qué? Porque la metacognición me permite acceder al vacío conscientemente. No forzándolo, como cuando te dicen «siéntate en el pasto y vacía la mente.» Ese tipo de meditación la siento forzada. En mi caso quiero ese ruido de fondo, pero el productivo, listo para darme ideas y serenidad.
El golf, sin embargo, con su swing, ofrece ese momento en el que la mente se vacía verdaderamente. Por poco tiempo, sí, pero poco tiempo físico, no perceptivo.
Tiempo físico vs tiempo perceptivo
Perceptivo es mucho. Y lo vemos en el después. En la felicidad, en el bienestar, en la fuerza y en las ideas.
Durante el swing, por esos pocos segundos, la mente se pone a cero. No piensa. Siente. Y ese vacío, aunque breve en tiempo físico, es inmenso en tiempo perceptivo.
Y pensadlo. El golf, a la fuerza si lo pensáis, nos lleva a la naturaleza, en contacto con ese color verde capaz de calmar. Con el ruido del viento entre los árboles del recorrido. Parezco poético, y por mucho que adoro el golf está bien, pero pensadlo un momento…
El swing de la vida
Y pensadlo: esto sucede también en otros lugares.
Cuando jugáis con vuestros hijos, de manera natural, sin pensar en «qué jugar.» Cuando os dejáis llevar y parecéis unos payasos totales, perdonad el término. Hacemos el tonto con ellos, parece un sinsentido.
¿Pero ellos? Felices. ¿Vosotros? Felices.
Porque por un instante, un instante físico, la mente se vació. Y ese instante perceptivo es inmenso. Como en el swing del golf. Como en la vida.
Mente vacía. Alegría plena.
Encuentra tu swing
El golf me enseñó esto: no hace falta forzar el vacío. Hace falta encontrar TU swing. TU actividad donde la mente se pone a cero naturalmente.
Para mí es golf, lectura, videojuegos estratégicos. Para ti podría ser otra cosa. Podría ser correr, pintar, cocinar, construir algo con las manos.
Pero cuando lo encuentras, ese momento donde todo se alinea, cuerpo y mente en armonía, entiendes. No hace falta meditación forzada. Hace falta TU manera de vaciar.
Y entonces sí, la mente se libera. Y la vida vuela. Como la pelota después de un buen swing.