Aceptación. Una palabra que aprendí a odiar antes de entenderla. Durante años pensé que significaba «rendirse», «someterse», «ser pasivo». Pero me equivocaba. Completamente.
La confusión sobre la aceptación
A menudo la aceptación se asocia solo con situaciones difíciles: duelo, trauma, pérdida. Como si fuera el último recurso cuando todo lo demás falla. Como si aceptar significara admitir la derrota.
Pero la aceptación no es rendición. Es estrategia.
Es uno de los últimos conceptos que he aprendido, y quizás todavía estoy aprendiendo a comprender y hacer mío. Me estoy dando cuenta a nivel humano de que aceptar, luego ser consciente, y si es posible también metaconsciente, ayuda tanto a sentirnos en serenidad.
La aceptación en traumas: el caso Tetris
Nota aparentemente desconectada pero científicamente probada: si sufres un trauma, juega al Tetris inmediatamente después.
Los estudios demuestran que el juego bloquea la formación de memorias traumáticas visuales. El cerebro, ocupado en rotar bloques y encontrar encajes, no tiene recursos para fijar las imágenes traumáticas en la memoria a largo plazo.
No resuelve el trauma. No sustituye la terapia, el apoyo o el proceso. Pero suaviza el primer impacto, el más violento. Luego hace falta todo lo demás que conocemos: ayuda profesional, tiempo, elaboración.
Pero al principio, Tetris ayuda. Científicamente, incuestionablemente.
¿Por qué? Porque acepta el trauma en lugar de combatirlo frontalmente, y ocupa la mente de manera constructiva. No niega. No reprime. Acepta y redirige.
Aceptar vs Someterse: la distinción clave
Y aquí está el corazón de todo: aceptar NO es someterse.
Someterse es pasividad. Es impotencia. Es victimismo. Es dejar que las cosas sucedan sin respuesta.
Aceptar es consciencia activa. Es decir: «Esta es la realidad. No me gusta, pero así es. Ahora, ¿qué puedo hacer partiendo de aquí?»
Si combatimos un concepto, una situación, una realidad que no podemos cambiar, solo generamos rabia, nerviosismo y frustración. Dañamos nuestro tiempo, lo degradamos.
Pero si aceptamos lo que está fuera de nuestro control, liberamos energía para actuar sobre lo que sí podemos cambiar.
Serenidad, no felicidad
Y aquí una distinción fundamental que he aprendido: la aceptación trae serenidad, no felicidad.
La felicidad es pico. Es emoción alta, intensa, inestable. Sube y baja. Depende de eventos externos. Es hermosa, pero efímera.
La serenidad es base. Es estado duradero, sólido, interno. No depende de lo que sucede fuera, sino de cómo estás dentro.
Día tras día aprecio cada vez más la serenidad. Porque la felicidad va y viene, como olas. La serenidad, si aceptas, permanece como el fondo del mar.
Y especifico: serenidad, no felicidad. Porque la aceptación no te hace eufórico. Te hace estable.
Aceptación y tiempo
Pensad en el tema de la última vez: el tiempo.
Si combatimos el tiempo físico intentando detenerlo o retroceder, solo creamos frustración. Si lo trasladamos al tiempo biológico forzando comportamientos objetivamente equivocados, dietas extremas, negación de la edad, intervenciones obsesivas, empeoramos todo.
Pero si aceptamos que el tiempo físico y biológico avanzan, y nos concentramos en lo que podemos moldear, el tiempo perceptivo, la mente, nosotros mismos, todo cambia.
Llegamos a la serenidad.
Ejemplo concreto, personal: tengo 43 años. Puedo combatirlo, negarlo, forzar obsesivamente lo biológico. O puedo aceptarlo y trabajar en mente, consciencia, percepción.
¿Resultado? «¿En serio tienes 43 años? Te habría dado al menos 6 menos.»
No porque mienta sobre mi edad. No porque use trucos. Sino porque la serenidad de la aceptación se ve. Se refleja en el cuerpo, en la expresión, en la energía.
La aceptación en la práctica
Ahora pensemos en este concepto aplicado a otros temas, especialmente aquellos complejos a nivel personal o emocional.
Si nos empeñamos en combatir situaciones que no podemos controlar, solo y únicamente creamos problemas a nosotros mismos en primer lugar.
No puedo dar ejemplos demasiado específicos, pero lo sé bien. Pero el principio es universal: si pasamos de combatir a aceptar esa situación, y subrayo aceptar, no someterse, llegamos a ser conscientes de todo.
Y la consciencia, quizás incluso la metaconsciencia, nos proporciona serenidad. Y nos hace actuar con serenidad.
La paradoja de la aceptación
Y aquí la paradoja más fascinante: a menudo, cuando dejas de combatir y aceptas, obtienes exactamente lo que querías obtener combatiendo.
Ejemplo: una relación que está cambiando. Puedes combatir el cambio, aferrarte a cómo era antes, generar conflicto y tensión. O puedes aceptar que las personas evolucionan, que las dinámicas se transforman.
No someterse pasivamente. Sino aceptar conscientemente.
Y a menudo, no siempre, pero a menudo, la otra persona ve tu serenidad, la comprende, y responde de maneras que nunca habrías obtenido con la lucha. Quizás te da, indirectamente, respuesta a lo que querías decir pero no dijiste, porque aceptaste en lugar de imponer.
No es magia. Es dinámica humana. La serenidad desarma. La lucha endurece.
Conclusión
Aceptar no es rendirse.
Aceptar es dejar de combatir lo que no puedes cambiar, para concentrar energía en lo que sí puedes.
Y esto, paradójicamente, te da más poder del que tendrías combatiendo.
Serenidad. Consciencia. Acción.
En ese orden.